En nuestro reciente viaje a Liébana, hicimos una breve escapada a Santander, la bella capital cántabra, uno de esos lugares aún no visitados en nuestro devenir viajero. En un día hemos conocido algo de su casco histórico cuyo corazón se encuentra en el Mercado de la Esperanza.
Cuando visitamos una ciudad, acabamos deambulando por sus mercados, los espacios más interesantes para tomar el pulso a lo cotidiano, al día día.
Junto al chef Floren Bueyes, excelente anfitrión de Cantabria y presidente de la asociación de cocineros de esta región, visitamos el Mercado de la Esperanza, el más interesante de nuestro rápido paso por Santander.

Notas de historia del Mercado de la Esperanza
El Mercado de la Esperanza abre sus puertas el 10 de abril de 1904 en el eje principal de la ciudad, al lado del ayuntamiento y de la Iglesia de San Francisco.
La zona había estado ocupada por el convento de San Francisco, desamortizado en 1837.
Tras la explosión del vapor Cabo Machichaco el 3 de noviembre de 1893, esta parte de Santander quedó en un estado lamentable. Considerada la mayor tragedia de carácter civil sufrida en la España del siglo XIX (alrededor de 500 muertos y unos 2.000 heridos).
Los arquitectos Eduardo Reynals y Juan Moya diseñaron el mercado en el marco del plan de remodelación urbana a la que fue sometida Santander tras el grave accidente.
El edificio se construye siguiendo la moda de otros mercados europeos. El cristal, el hiero y la piedra consiguen que la Esperanza resulte en un precioso edificio de estilo decimonónico.
Otra tragedia, el devastador incendio que sufrió la ciudad en 1941, lleva a la reposición de las vidrieras rotas por el fuerte viento derivado del fuego.
En el año 2010 se acomete la última reforma realizada para asentar cimientos, así como para mejorar y ampliar la cubierta de hierro.
El Mercado de la Esperanza es Monumento Histórico-Artístico desde 1977. Actualmente es un imprescindible si visitas Santander.

Un paseo por el Mercado de la Esperanza
El principal mercado de Santander es un magnífico edificio de dos pisos cuya planta principal está dedicada en exclusiva a los productos del mar, base de la afamada gastronomía cántabra.
Un total de ochenta puestos y/o paradas se reparten en los más de 2.000 metros cuadrados que ocupa el edificio.
Nunca, en nuestras visitas a mercados habíamos visto tanta cantidad y variedad de pescados y mariscos como en la Esperanza.
Gracias a las explicaciones de nuestro anfitrión, Floren, aprendemos a distinguir entre el pescado azul y el blanco.

Aunque, por una decisión que tiene más que ver con la conciencia que con las modas imperantes, somos veganos, ello no ha impedido disfrutar de la visita a esta planta.
Los pescados y mariscos se ven bien cuidados. Son base de la dieta alimenticia de los santanderinos desde hace mucho tiempo. Nada que objetar a estas buenas prácticas.
Una visita de estas características ¡No tiene precio! Es una manera pedagógica y didáctica de acercarte a la materia prima, de conocer la trazabilidad de cada producto.

También, de acercarte a los puestos para observar el producto fresco que se encuentra detrás de cada plato elaborado en las casas, restaurantes y/o bares de la ciudad.
Aquí huele a mar, a pescado y marisco fresco que se exponen como auténticas joyas. ¡Estamos alucinados con el número de especies diferentes que existen y con sus nombres!

Floren no quiere ser el protagonista de la visita por ello le da la importancia a los pescaderos, a sus productos, a su labor dentro del mercado y de la economía de la ciudad.
Nos presenta a varios de ellos e incluso presenciamos la original manera que tiene la pescadera Marta Arce para animar a la gente que llega hasta la Esperanza. Su pandereta te engancha, igual que su producto fresco.
Caemos rendidos ante la extraordinaria cotidianidad de este lugar. Muchos locales, gente comprando y poco turista ávido de fotos. Esencia de mercado 100%, el que recuerdo de mi infancia en mi barrio de Madrid.
Los sonidos, las voces, las conversaciones, un fascinante mundo que pareciera olvidado en algunas ciudades y pueblos o sobre explotado turísticamente en otras.
¡Gracias Santander por este regalo!

El «Aula Saludable» del Mercado de la Esperanza
El broche final de la visita lo tenemos en el «Aula Saludable» una iniciativa puesta en marcha por el mismo Floren junto a colaboradores como Emiliano Martín, responsable del restaurante Las Quebrantas de Somo, con el objetivo de realizar show cooking con los productos del mercado.
Esta iniciativa nace con el objetivo de inculcar hábitos saludables entre los más pequeños.
En el aula se les enseña de dónde procede la comida, la importancia de los productos naturales, de las materias primas, así como el proceso de elaboración seguido hasta su llegada al plato que les ponen a diario en sus mesas.
La sala del aula es una cápsula del tiempo. Las paredes están cubiertas de fotos antiguas, pura historia del mercado, de sus gentes y de la propia ciudad de Santander.

En un genial mano a mano de los dos cocineros presenciamos la elaboración de platos y tapas típicas como las rabas, los bocartes rebozados y el hígado de rape a la plancha sobre base de guacamole.
El olor que sale de las cocinas es espectacular y los chef nos explican que del pescado, como del cerdo, se debe aprovechar todo. ¡Fantástico final a nuestra visita por el mercado!
Como postre nos regalan unos deliciosos hojaldres caramelizados.

Ya sabes, si vienes por Santander, incluye el Mercado de la Esperanza en tu lista de lugares imprescindibles.
Una manera sostenible de entender la ciudad, sus gentes, gastronomía y costumbres.

Nota de autora: Esta visita forma parte del blogtrip #DescubreSDR acción promovida desde el ayuntamiento de Santander entre bloggers de viaje y gastronómicos.
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